viernes, 30 de enero de 2009

Mi primera semana, difícil

“¡Señorita, señorita! Venga aquí, tengo un nuevo trabajo para usted.” Así empezó la semana, con una frase esperanzadora. Era el lunes por la mañana, a primera hora cuando Antonio Pérez, más conocido como “El Jefe”, me citó en su oficina para hablarme de mi nuevo rol en la empresa. Por fin un ascenso después de 4 años siendo la chica de los recados.
Creo recordar que no os dije nada sobre mi trabajo. Y la verdad, que para qué engañaros, yo misma sé pocas cosas sobre él. Se trata de la Asesoría “Aguado”. Es muy conocida en Tortuosa (cada vez que lo nombro me parece más surrealista el nombre, ningún otro podría definir mejor la situación que se vive por aquí). La sección para la que trabajo es la encargada de los “divorcios exprés”. No os hacéis una idea de lo de moda que está esa situación ahora mismo, sobre todo para decenas de inmigrantes jóvenes que se casan con ancianos para conseguir los papeles y cuando consiguen algún trabajo pretenden alejarse de ellos robándoles hasta el más mínimo objeto de valor que tuvieran en común. La situación ya es de por sí alarmante como para que un gabinete de abogados, además de gerentes, administrativos y toda la patulea de falsos empresarios que trabajan por aquí pretendan ayudar al abusón de turno. ¿Tanto mueve el dinero? Ni os lo imagináis. Además, os tenía que contar que entró hace unas semanas una chica en mi departamento, otra becaria (con el enorme papeleo y la explotación que sufrimos qué menos que seamos dos). Quizá sea por ella por la que me desplazan a mí, no lo sé. Aún así, me da vergüenza ver cómo los tíos de esta oficina la miran con cara de viciosos, babeando al compás del contoneo de la muchacha. Por cierto, aún no sé su nombre y la verdad que no me importa. No suelo mezclar trabajo con vida social (aunque de ésta última no tenga mucha). Tampoco conozco a la gran parte de mi departamento, por no hablar de la empresa, que eso ya son cosas mayores. Tres o cuatro, más mi jefe, y porque algún día fue necesario.
Hoy es viernes, el cielo está despejado, lleva toda la semana lloviendo, vaya mierda (mi madre siempre me dijo que tenía un vocabulario muy vulgar, muchos tacos como diría yo). Llevo toda la semana esperando a que llegara el fin de semana para tener un buen rato. La jornada laboral no fue bien, así que quiero desahogarme mañana sábado con una salida a un pub que he oído por ahí que está bastante bien. A ver si conozco a alguien para pasar un buen rato, nada de amor, que luego te lloran al hombro y quieren casarse y tener niños a la primera de cambio. Una cosa breve e intensa para aliviar tensiones y “adiós, muy buenas”. Durante la semana me tengo que levantar temprano para ir al trabajo, así que me tengo que conformar con pasarme de vez en cuando por una cafetería a dos calles de mi apartamento. Cafetería Arthurs. Suele haber un camarero muy jovencito que es el que atiende a las mesas y un hombre mayor en la barra que parece ser el dueño. Yo, como buena señorita, me siento en uno de los sitios cómodos del lugar. Una especie de sofá individual en el que la idea principal es que vengas con algún acompañante. Elijo mi esquina, la de siempre, y pido mi bebida habitual: un Baileys con tres hielos. Desde allí tranquilamente observo a toda la gente que entra y sale, y me imagino qué pensará cada uno. Algunos con la vista perdida, otros contando batallitas a amigos, otros simplemente bebiendo para ahogar las penas…
Ayer volví a ir a la cafetería, ya llevo tres días seguidos yendo. No sé que le encuentro a ese lugar pero es acogedor, al menos más que una casa en la que el orden es similar al que hay dentro de mi cabeza, o sea, nulo. Al salir del bar suele haber un yonki con un saxofón tirado en una esquina esperando que alguien le eche dinero por no hacer nada especial. Yo, como de costumbre, paso de echarle nada. Que se busque un trabajo, joder. Hay mucha gente así que no se da cuenta que si sigue viviendo de esa manera va a llevar a la ciudad a una ruina. Cada vez se van llenando más las aceras, los escalones del metro, las estaciones de autobús y tren, e incluso los portales de nuestros bloques de indigentes. La situación económica no está bien, vamos en caída libre y parece que nadie se da cuenta que no podemos desperdiciar el dinero de la manera en la que lo hacemos. Ellos, los “tirados”, son los que mejor intentan sacar beneficio de esto, pese a que, a razón de lo que veo, la cosa no les va muy bien. Suelen tener dos o tres monedas, cuando más unas diez, la mayoría de céntimos. No tocan mal, pero por favor, que se vayan a otros sitios para no molestar.
Como os decía, mi jefe me llamó, y sólo lo hizo para decirme que a partir de ahora sería la chica de la recepción. Indignante. Sería yo la encargada de aguantar a esos locos enfurecidos cuando algo se tuerce durante un juicio o algún testamento. ¿Y todo para qué? Para que la chica presuntuosa sea la encargada de llevar los cafés con una faldita durante las reuniones. Donde haya un buen par de pechos, que se quite lo demás. Ni experiencia, ni mierda. Así que sí, malas noticias en el trabajo desde el lunes por la mañana. Algún día me iré de aquí. Lejos.
Ya que me comprendéis, que sabéis lo que sufro, cómo vivo y eso, pensad qué ganas de hablar con mi familia al llegar a casa tengo. Exacto, ninguna gana. Al igual que la de buscarme a un novio que me diga lo guapa que soy y cuánto me quiere a cada instante. No es para nada necesario. Cada uno necesita su propio aire, y yo necesito el mío y el de dos o tres más alrededor.
Os dejo con estas palabras, un viernes a la hora de cenar, sin nada pensado para llevarme a la boca (a ver si hay un paquete de patatas en la despensa aunque sea), pero con la idea de descansar hoy e ir mañana a ese pub. Y, para que no se me olvide, os tengo que contar cómo me irá en “la reunión” que tengo fuera de la ciudad el martes y miércoles de la semana que viene.

AMK

jueves, 22 de enero de 2009

Bah, yo misma

Buff...vengo de trabajar ahora mismo, y las calles de Tortuosa son un infierno, tanto tráfico hace que vuelva tardísimo a casa. Por cierto, mi nombre es Amanda. Ya lo sé, es horrendo, a muy buen seguro que me lo pondría mi padre del cual sólo conservo eso, ni siquiera su apellido. McKillop, como veréis que firmo acompañando a mi nombre, es el apellido de mi madre. La verdad, no es momento de poner "a parir" a mi padre, ya os contaré algo más sobre ellos.

Yo nací en un pueblo desconocido, sin apenas cuidado, rodeado de dos hermanos y una hermana a los cuales había que mimar para que trajeran dinero a casa para mantenernos. Yo siempre odié eso, odié que otros trabajaran para mi beneficio, para cuidar a la benjamina de la casa. Por suerte, esa época ya pasó, ahora soy un poco más mayor, acabo de cumplir los 23. Una edad magnífica dicen, claro, si no tienes que trabajar de sol a sol en una oficina en el centro de una ciudad en continuo caos para un cabronazo de jefe que intenta aprovecharse de ti cuando te despistas un poco. ¿Mi trabajo? "Un poco de café", "Unos papeles allí...", "Llama a Fulanito"... en fin, la típica secretaria sin futuro encerrada entre cuatro paredes sin posibilidad de crecer profesionalmente hablando.

Como os decía, he vuelto a casa, al abrir la puerta y esquivar unos trozos de pizza de la noche anterior y ver las dos llamadas diarias en el contestador de mi hermano mayor, me he ido para el cuarto, suelto la chaqueta en su sitio (o sea, un taburete junto a ropa para planchar de tres días) y me tiré en la cama. Creo que ya está bien por hoy, no fue un buen día, tengo la impresión de que pronto me van a echar, mi empresa va a pique y no me dejan aportar más que unos terrones de azúcar.

Con esto, me voy a dormir, ya os seguiré contando otro día más cosas sobre mí, si no me pasa algo antes... ¡Ah! a mi hermano ya lo llamaré otro día.

AMK