Semanas de médicos y tristezas. Llevo tiempo desaparecida para el mundo. Hay días que voy a trabajar, la mayor parte me los paso en la cama, llorando, sin ganas de nada. El último chico con el que estuve me mintió. Causa de ello es la figura que tengo en mi vientre. Un feto de un par de semanas. No puedo soportar la presión de estar embarazada de alguien que apenas me entiende, alguien con el que crucé más gemidos que palabras. He intentado contactar con él, pero imposible. De todos modos, no creo que se hiciera cargo del niño. Los médicos me han dicho que no es buena la idea de estar embarazada debido a mi enfermedad. Tengo una de esas enfermedades denominadas “raras” y voy a tener que salir fuera del país dentro de poco para tratarme. Mi situación económica es mala, y la seguridad social, como mucho, me pone el hospital de la ciudad, con médicos no especializados. El resto lo tendría que costear yo, con un dinero que ni tengo ni nadie me lo puede dar. Nadie a excepción de mi padre.
Mi padre es inversor de bolsa, al menos lo fue hasta la última vez que tuve noticias de él. De esto hace ya un par de años, hablando con mi hermano me lo contó, le grité que no quería saber nada de él y colgué. Desde entonces nada de mi padre y poco de mi hermano. Me cuesta llamarle “mi padre”, para mí no es más que Iván. Del que tuve la mala suerte de llevar sus genes en mi sangre. Iván podría solucionar mi enfermedad ayudándome económicamente pero prefiero morir en mi casa a estar en un hospital, en el extranjero, pagado por él.
Hace unos días, Antonio me llamó con tono serio. Quería saber sobre mí. Me había notado algo raro y quería saber más sobre mis ausencias justificadas al médico. Yo, lloré desconsoladamente, y pregunté si de alguna manera la empresa me podría ayudar. Me dijo que era imposible, la empresa se encargaba sólo de los accidentes ocurridos en ella, y de una baja, pero que debido a mi conducta estaban pensando en despedirme. Si seguía ausentándome cada dos o tres días me vería en la calle. Me aconsejó buscarme un buen abogado.
Me estoy volviendo loca, la enfermedad, el niño y, sobre todo, la soledad están haciendo de mí una persona desgastada. Las arrugas se me marcan más y más, he envejecido varios años en tan sólo unas semanas.
***
Son las 6 de la tarde y leo el periódico para enterarme del apagón que sufrió la ciudad el otro día, a mí me pilló durmiendo, para no variar. Ring, ring. ¿Una llamada? Mi teléfono fijo suena durante un rato hasta que se enciende el contestador.
- Amanda, sé que estás ahí, soy Iván, ¿me recuerdas? Sí, tu hermano mayor, o como solías decirme cuando éramos pequeños: Van. No entiendo bien por qué no me quieres coger el teléfono. Hace meses que nosotros queremos saber de ti pero o no estás o no quieres coger el teléfono. Por favor, necesito hablar contigo. Maite se ha ido y se ha llevado a los niños. Estoy solo aquí y os he llamado para intentar reunirnos, necesito de compañía familiar para pasar este mal momento. Espero tu llamada. Un beso. Te quiero.
Me quedé perpleja, mirando la luz del contestador, Van tenía problemas. Era la primera vez en mi vida que mi hermano recurría a mí para intentar solucionar sus problemas. Él, tan perfecto, con su esposa que conocía desde pequeña (Maite) y sus cinco hijos, en su religión y con un trabajo bien remunerado.
Así que no lo dudé, lo llamé segundos más tardes.
- ¿Van? Soy Amanda, ¿qué pasa?
- Chiqui, tengo problemas. – me dijo mientras lloraba.
- ¡Ya! ¡Pero, qué pasa! – ya estaba atacada.
- Me gustaría hablarlo en persona, ¿me acogerías unos días en tu casa? He pedido vacaciones en el trabajo. Necesito tiempo lejos para pensar.
- Bueno, es que yo… no sé…
- Por favor, Amanda, te necesito. ¿Tienes un sofá, al menos, para dormir?
- Van, yo… también tengo que contarte varias cosas. No estoy pasando por el mejor momen...
- Esta misma noche cojo el avión para allá. Tortuosa ¿no?
- Sí, “Tormento” le podríamos llamar.
- Jaja, un beso, gracias hermana.
Hacía años que nadie me llamaba hermana. Hacía muchos meses que no tenía una conversación con alguien de mi familia. Algo más allá de un bien o un nacimiento de un sobrino era difícil en nuestras vidas.
- Por favor, ¿me pone con Verónica?
- Sí, un segundo, ¿quería algo?
- Sí. – obvio, sino no hubiera llamado, pregunta ilógica en una llamada telefónica.
- No está, ¿le dejo algún recado? Viene en 10 o 15 minutos, como mucho.
- Sí, necesito que venga esta tarde-noche, ya, a limpiarme el piso, viene mi hermano y me gustaría que se lo encontrara lo mejor que pueda. Gracias.
- Venga, allí estará.
Ahora sí, mi vida es un auténtico desorden y viene mi hermano para desordenarme más. ¿Cómo le cuento lo de mi enfermedad? ¿y lo de que voy a ser madre soltera? Todo esto me supera, voy a hacer mi cama, guardar mi ropa y preparar todo lo antes posible, en unas cuatro horas estará aquí.
Voy corriendo al servicio, sigo con los vómitos, ahora peor incluso por el embarazo. ¿Por qué me tiene que pasar todo a mí?
Joder, se me olvidaba, voy a poner contraseña a mi ordenador, hay cosas que no me gustaría que ni siquiera él supiera. Está sonando la puerta y voy a abrir.
- Hola Vero, gracias por venir. Necesito que me limpies la casa con velocidad. Espero que hagas tu trabajo como normalmente, sólo confío en ti para que entre en mi casa sin más. Te dejo libertad. Me voy a bajar al bar a tomarme una copa ¿vale?
- Gracias por su confianza, señorita Amanda.
Esta chica es buena persona, es sudamericana. Yo la llamo cada dos o tres semanas para que dé una buena limpieza al apartamento. Me gusta contar con ella porque se vino de Venezuela con su hija pequeña y su marido para poder optar a una vida mejor. Vive dos plantas más arriba.
En el Arthurs, para no variar, me tomo mi Bailey. Sentada en la esquina que me gusta sentarme y escuchando de fondo “Lovesong” del grupo The Cure.
Mi padre es inversor de bolsa, al menos lo fue hasta la última vez que tuve noticias de él. De esto hace ya un par de años, hablando con mi hermano me lo contó, le grité que no quería saber nada de él y colgué. Desde entonces nada de mi padre y poco de mi hermano. Me cuesta llamarle “mi padre”, para mí no es más que Iván. Del que tuve la mala suerte de llevar sus genes en mi sangre. Iván podría solucionar mi enfermedad ayudándome económicamente pero prefiero morir en mi casa a estar en un hospital, en el extranjero, pagado por él.
Hace unos días, Antonio me llamó con tono serio. Quería saber sobre mí. Me había notado algo raro y quería saber más sobre mis ausencias justificadas al médico. Yo, lloré desconsoladamente, y pregunté si de alguna manera la empresa me podría ayudar. Me dijo que era imposible, la empresa se encargaba sólo de los accidentes ocurridos en ella, y de una baja, pero que debido a mi conducta estaban pensando en despedirme. Si seguía ausentándome cada dos o tres días me vería en la calle. Me aconsejó buscarme un buen abogado.
Me estoy volviendo loca, la enfermedad, el niño y, sobre todo, la soledad están haciendo de mí una persona desgastada. Las arrugas se me marcan más y más, he envejecido varios años en tan sólo unas semanas.
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Son las 6 de la tarde y leo el periódico para enterarme del apagón que sufrió la ciudad el otro día, a mí me pilló durmiendo, para no variar. Ring, ring. ¿Una llamada? Mi teléfono fijo suena durante un rato hasta que se enciende el contestador.
- Amanda, sé que estás ahí, soy Iván, ¿me recuerdas? Sí, tu hermano mayor, o como solías decirme cuando éramos pequeños: Van. No entiendo bien por qué no me quieres coger el teléfono. Hace meses que nosotros queremos saber de ti pero o no estás o no quieres coger el teléfono. Por favor, necesito hablar contigo. Maite se ha ido y se ha llevado a los niños. Estoy solo aquí y os he llamado para intentar reunirnos, necesito de compañía familiar para pasar este mal momento. Espero tu llamada. Un beso. Te quiero.
Me quedé perpleja, mirando la luz del contestador, Van tenía problemas. Era la primera vez en mi vida que mi hermano recurría a mí para intentar solucionar sus problemas. Él, tan perfecto, con su esposa que conocía desde pequeña (Maite) y sus cinco hijos, en su religión y con un trabajo bien remunerado.
Así que no lo dudé, lo llamé segundos más tardes.
- ¿Van? Soy Amanda, ¿qué pasa?
- Chiqui, tengo problemas. – me dijo mientras lloraba.
- ¡Ya! ¡Pero, qué pasa! – ya estaba atacada.
- Me gustaría hablarlo en persona, ¿me acogerías unos días en tu casa? He pedido vacaciones en el trabajo. Necesito tiempo lejos para pensar.
- Bueno, es que yo… no sé…
- Por favor, Amanda, te necesito. ¿Tienes un sofá, al menos, para dormir?
- Van, yo… también tengo que contarte varias cosas. No estoy pasando por el mejor momen...
- Esta misma noche cojo el avión para allá. Tortuosa ¿no?
- Sí, “Tormento” le podríamos llamar.
- Jaja, un beso, gracias hermana.
Hacía años que nadie me llamaba hermana. Hacía muchos meses que no tenía una conversación con alguien de mi familia. Algo más allá de un bien o un nacimiento de un sobrino era difícil en nuestras vidas.
- Por favor, ¿me pone con Verónica?
- Sí, un segundo, ¿quería algo?
- Sí. – obvio, sino no hubiera llamado, pregunta ilógica en una llamada telefónica.
- No está, ¿le dejo algún recado? Viene en 10 o 15 minutos, como mucho.
- Sí, necesito que venga esta tarde-noche, ya, a limpiarme el piso, viene mi hermano y me gustaría que se lo encontrara lo mejor que pueda. Gracias.
- Venga, allí estará.
Ahora sí, mi vida es un auténtico desorden y viene mi hermano para desordenarme más. ¿Cómo le cuento lo de mi enfermedad? ¿y lo de que voy a ser madre soltera? Todo esto me supera, voy a hacer mi cama, guardar mi ropa y preparar todo lo antes posible, en unas cuatro horas estará aquí.
Voy corriendo al servicio, sigo con los vómitos, ahora peor incluso por el embarazo. ¿Por qué me tiene que pasar todo a mí?
Joder, se me olvidaba, voy a poner contraseña a mi ordenador, hay cosas que no me gustaría que ni siquiera él supiera. Está sonando la puerta y voy a abrir.
- Hola Vero, gracias por venir. Necesito que me limpies la casa con velocidad. Espero que hagas tu trabajo como normalmente, sólo confío en ti para que entre en mi casa sin más. Te dejo libertad. Me voy a bajar al bar a tomarme una copa ¿vale?
- Gracias por su confianza, señorita Amanda.
Esta chica es buena persona, es sudamericana. Yo la llamo cada dos o tres semanas para que dé una buena limpieza al apartamento. Me gusta contar con ella porque se vino de Venezuela con su hija pequeña y su marido para poder optar a una vida mejor. Vive dos plantas más arriba.
En el Arthurs, para no variar, me tomo mi Bailey. Sentada en la esquina que me gusta sentarme y escuchando de fondo “Lovesong” del grupo The Cure.
“However far away I will always love you
However long I stay I will always love you
Whatever words I say I will always love you
I will always love you”
Me suena esta canción de cuando salía con un chico en mi pubertad. Siempre te amaré. Ja, hoy me río de eso.
Le doy vueltas al móvil esperando la llamada de mi hermano. Tengo curiosidad, no soy yo la única de la familia a la que no le marchan las cosas.
AMK